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Appetite for destruction.

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Appetite for destruction. Empty Appetite for destruction.

Mensaje  Tyelperin Nar Lun Jun 29 2009, 21:46

Está colgado en un par de foros, pero bueno...LEL para todos. Más tarde colgaré otro relatito que tengo por ahí perdido.

He tenido que dividirlo en partes porque decía que era demasiado largo.

APPETITE FOR DESTRUCTION

Primera parte.

-YO-



1

Hay días que es mejor no levantarse, días en los que el mero pensamiento de poner un pie fuera de la cama resulta aterrador y horrible. Son días raros, muchas veces no ocurre nada especial, pero sigues negándote a salir al mundo cuando te despiertas con esa sensación.

Creo que estoy teniendo uno de esos días.

La habitación huele a tostadas, el sol entra por la ventana, los pájaros cantan con alegría y fervor en el jardín y yo no quiero levantarme porque tengo el presentimiento de que algo malo va a pasar.

Cuanto más lo pienso, más absurdo me parece.

“Algo malo…levanta el culo de una maldita vez y déjate de gilipolleces.”

También hay días en los que el cerebro decide ponerse en contra del cuerpo que controla.

Despacio, con infinita parsimonia, aparto las sábanas y me siento al borde de la cama. Pasan algunos segundos antes de que sea capaz de levantarme y arrastrarme hasta la cocina para coger una tostada y saludar a mi madre.

-Hace un día estupendo ¿verdad, cielo?-Ella me mira y sonríe. Yo me limito a corresponder su sonrisa con la tostada entre los dientes. Es temprano, es sábado y tengo tiempo para hacer todo lo que me dé la real gana antes de salir a la calle.

Ella da vueltas por la cocina, yendo de un lado para otro desprendiendo ese olor a madre, ese olor que es distinto en todas ellas pero que siempre evoca la misma sensación.

Un olor a seguridad, a hogar.

De forma repentina y absurda, siento que tengo que despedirme de ella cuando salga hoy.

Mordisqueo la tostada sin ganas mientras mis pies se mueven por inercia hacia mi habitación. Ella quiere que salga a comprar el pan y aunque quisiera no podría negarme. Ni siquiera me fijo en mi ropa, tampoco me preocupo por cómo tengo el pelo. Cuanto antes salga, antes podré volver.

Cuando abro la puerta, el sol me ciega. Mi madre me sacude la ropa con una fuerza increíble para una mujer como ella y casi acabo desayunando tostadas sobre lecho de tierra y guarnición de hierba.

-Ten cuidado, puede pasarte algo malo. No corras y no hables con extraños.

Creo que no es consciente de que dejé de tener cinco años hace bastante tiempo, pero ella es así.

En cuanto mi pie pisa el exterior de la casa, un escalofrío me recorre la espina dorsal.

Los pájaros siguen piando mientras mis pasos se alejan hacia la panadería. Es temprano y, bastante lejos de casa, distingo a una única persona en la que ni siquiera me paro a pensar. Miro el cielo, dejando que el sol me ciegue.

“Muy inteligente por tu parte.”

Bufo, empezando a andar de nuevo. Estoy a una calle de la panadería, hace rato que el desconocido se ha cruzado conmigo y la sensación de esta mañana, esa de que iba a ser un día horrible, empieza a desaparecer.

Justo cuando no es más que un zumbido en mi mente, una sutil y casi imperceptible molestia, mi cuerpo cae hacia delante y me sumo en la vaporosa oscuridad de la inconsciencia.

2

No sé si he abierto los ojos. Todo es oscuridad, todo es negro y asfixiante. Intento moverme, lo intento de verdad. Muevo los brazos, sacudo las piernas…pero no consigo demasiado. Hay algo que me impide moverme con libertad, que me cubre. Su tacto es áspero y, de no ser por el hecho de que no puedo ver nada, juraría que es tela.

Noto el pánico expandiéndose por cada célula de mi cuerpo, erizándome el vello. Me atenaza, me hace desesperarme. Estoy sudando. Un impulso irracional me lleva a revolverme aunque sepa que es inútil, siento los latidos de mi corazón directamente en mis oídos. Pateando con desesperación, debatiéndome entre el terror y una pequeña chispa de racionalidad, es cuando lo oigo.

El sonido de algo cayendo a un lado.

Grito hasta que de mis pulmones no sale nada más que un quejumbroso gemido.

Es incesante. Creo que estoy llorando, creo que estoy gritando. Creo que el ininterrumpido sonido de algo cayendo a mi lado me hará enloquecer

Cish, crash. Cish, crash. Cish, crash…

Se detiene. Oigo el cish, pero no oigo el crash. Me sorprendo al descubrir que espero el crash como si verdaderamente necesitase oírlo. Como si necesitase esa rutina para no dejarme llevar otra vez por el pánico.

Cuando el crash llega, y lo hace con un contundente golpe sobre mi estómago, dejo de gritar y removerme.

Voy a morir.

Algún lunático está intentando enterrarme.

¡Voy a morir!

La idea ya no me causa pánico, he llegado a un punto en el que el terror ha dejado paso a la locura.

En el momento en que lo que quiera que me estén tirando encima vuelve a golpearme el estómago, rompo a reír con histeria.

Mientras río, desde mis ojos corren lágrima que se deslizan hacia atrás por mi rostro. Supongo que me ha tumbado. Debería haberlo supuesto desde un principio.

Pero voy a morir ¿qué importa eso?

Mi cerebro pasa por muchos estados a la vez, mis emociones estallan en una vorágine de sentimientos y sensaciones.

Quiero vivir.

-¡Déjame ir!

Dios mío…

De verdad que quiero vivir.

-¡Te daré lo que sea, lo que quieras!

Otro cish, otro crash, otro golpe sobre mi cuerpo. Y, tras eso, un quedo “shhhhhh” que no sé cómo he sido capaz de oír.

Veo lucecitas sobre mis ojos. ¿Voy a desmayarme? Espero que sí.

El cish-crash se detiene. No sé cuánto tiempo pasa hasta que es sustituido por el zumbido continuo y mecánico de algo que no identifico. Los golpes repentinos dejan de sucederse hasta que llega un último más fuerte que los demás. Mi cuerpo empieza a pesar. Me escuece la garganta, la boca me sabe a sangre y me duele el estómago. Cada vez peso más. Siento que me hundo. Creo que estoy perdiendo el conocimiento.

Calma. ¿He muerto ya? No lo sé. Vuelo sobre las barreras de mi cuerpo preso. Pero algo me devuelve a la realidad.

No puedo respirar. No he perdido el conocimiento, lo que me hace sentir el cuerpo pesado es lo que quiera que ese loco me está echando encima. Intento gritar, hablar, emitir algún sonido. Es inútil. Noto cómo mis huesos empiezan a ceder ante el peso, el infinito dolor de todo mi cuerpo aplastándose. El aire no llega a mis pulmones.

La cabeza me va a estallar y temo que lo haga literalmente. No sé cómo soy consciente de ello, pero sé que mis brazos están rotos y que las costillas me han perforado los pulmones. Se me ha partido la nariz. Ante mis ojos, no sé si abiertos o cerrados, desfilan explosiones rojas con cada muesca en mi cuerpo. Oigo chasquidos. Es el sonido de mi vida estallando, de mis huesos quebrándose como el cristal, de mi sangre bullendo por cada herida.

Me estoy ahogando con mi propia sangre y el dolor es tan profundo que no me doy cuenta de cuándo he dejado de intentar respirar.

Al fin y al cabo, no puedo con lo que queda de mis pulmones.

Crash.

Hay días que es mejor no levantarse.
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Appetite for destruction. Empty Re: Appetite for destruction.

Mensaje  Tyelperin Nar Lun Jun 29 2009, 21:47

El último trozo.

Segunda parte.

-TÚ-



Estabas trabajando, llevando de un lado a otro una carretilla llena de ladrillos, cuando todo empezó.

Esa mañana, mientras subías y bajabas según te iba ordenando el capataz, oíste una voz distinta a la de tus compañeros, una voz suave y calmada diciendo “Buenos días”. Te paraste y dejaste la carretilla. Te dolían las manos, pero conseguías ignorarlo por la fuerza de la costumbre.

Le viste inclinado sobre la valla metálica que separaba la obra de la calzada. Era joven. Podría hacerse daño.

-Será mejor que te apartes, hijo.-Él te miró tal y como te miraban tus hijos cuando querían preguntarte algo. Sus ojos se clavaban en ti con algo entre curiosidad morbosa y desapasionamiento.

-¿Nunca ha habido un accidente aquí?

Tú eras veterano, habías visto cosas horribles. Pero él no tenía por qué enterarse. Era un crío, al fin y al cabo. Al menos, para ti lo era.

-Claro que sí, como en todas partes.-Él, en lugar de irse, se quedó mirándote. Su mirada, aunque nunca lo llegaste a admitir, te aterrorizó.

-¿Nunca han cubierto de hormigón a alguien por error?-Nunca supiste con certeza por qué empezaste a temblar. Puede que fuese su mirada, puede que fuese su calma, puede que fuese incluso una reacción ante la curiosidad mezclada con horror que generó en ti su pregunta.

-¡Por supuesto que no! Será mejor que te largues, aquí tenemos trabajo que hacer.-Él no insistió. Se dio la vuelta y se alejó con pasos lentos y vagos.

No pudiste dejar de darle vueltas en todo el día. De hecho, no pudiste dejar de darle vueltas en toda tu vida.

¿Qué le pasaría a una persona de ser enterrada en hormigón?

Nada agradable, de eso sí que estabas seguro.

Al día siguiente, él volvió.

Estaba allí, como el día anterior, mirándote.

A ti.

Otra vez oíste el calmado “Buenos días” y otra vez te viste advirtiéndole del peligro de estar cerca de un edificio en construcción. Él no te hizo caso.

-¿Siguen sin haber cubierto a nadie de hormigón?

Tu cuerpo se vio recorrido por un profundo escalofrío. Te resultaba increíble, horrendo, el que una persona tan joven sintiese fascinación por algo así.

-¿Qué habría pasado de hacerlo?

Entonces él te sonrió y se llevó un dedo a los labios.

“Shhhh…”

Silencio.

No habías empezado a trabajar aún pero un sudor frío y desagradable, pegajoso, te recorrió la espalda.

Él no dijo nada más y tú tampoco. Tenías miedo ¿de qué? No lo sabías. El miedo era irracional y para ti no iba a ser distinto. Tal vez el hecho de que tu rutina se interrumpiese fuese lo que te aterrorizase.

Él no tardó en irse.

Esa noche, soñaste que enterrabas a ese chico bajo toneladas de hormigón.

Después de esos dos días; él siguió visitando el edificio en construcción a diario, siempre a la misma hora y siempre haciéndote la misma pregunta.

“¿Siguen sin haber cubierto a nadie de hormigón?”

Tú cada día te aterrorizabas menos.

Empezaste a sentir verdadera curiosidad al mes. Eran raros los días que no soñabas con cubrir a alguien de hormigón y, al pasar un largo año con él siempre visitando el cada vez más alto edificio en construcción, tu mujer te dejó y se llevó a tus hijos. Dijo que le dabas miedo, que le aterrorizaban tus murmullos en sueños y tus cálculos con el peso del hormigón.

Un día, él también se fue. Dejó de ir a la obra. Tal y como apareció, se desvaneció.

Para ti fue como una señal, el pistoletazo de salida, y esa noche robaste unos cuantos sacos de cemento portland y otros tantos más de gravilla y arena y te los llevaste a tu casa vacía y hueca.

Estabas trabajando, llevando de un lado a otro una carretilla de ladrillos, cuando todo empezó.


Tercera parte.

-ÉL-


1

Él era una persona normal.

Se levantaba por las mañanas, desayunaba tostadas y cereales y cogía el autobús para ir al instituto. Sonreía a sus compañeros, hablaba con sus amigos y hacía sus deberes. Sacaba buenas notas, se portaba bien en clase y era bastante educado.

Todo era perfectamente anodino.

¿Todo?

Cualquiera podría decir que sí, que él era uno más de los tantísimos chicos jóvenes que poblaban el mundo. De hecho, cualquiera podría decir que no había nada en él que le hiciese destacar o que le hiciese parecer mínimamente diferente. Desde sus rasgos hasta su actitud, todo era normal.

¿Seguro...?

2

El frío aire de la madrugada chocó contra su rostro descubierto cuando salió a la calle.

Él salió temprano esa mañana. Tenía cosas muy importantes que hacer y no podía entretenerse.

Deambuló por las calles, sin rumbo. No estaba buscando nada concreto y a la vez estaba buscando cualquier cosa, paseando su mirada de un lado a otro de la calle sin obtener resultados. Llevaba las manos metidas en los bolsillos del abrigo y jugaba entre los dedos de una mano con una piedra de tamaño considerable.

Cuando él iba a darse la vuelta, a rendirse, divisó a una persona andando en su dirección. Sonrió. Le bastaba y le sobraba con ese sujeto para llevar a cabo su pequeño experimento, estaba completamente seguro de ello.

Pasó de largo a esa persona y dejó que se alejase unos cuantos pasos antes de girar sobre sus talones para aproximarse en absoluto mutismo hasta su indefensa víctima. Sacó la mano del bolsillo y, con ella, la piedra. Un simple arco, suave, bastó para que la piedra impactase contra la cabeza de esa persona anónima haciendo que ésta se desmayase. Él ni siquiera miró a un lado y a otro cuando arrastró el cuerpo ajeno hasta un edificio en construcción cercano, no se preocupó por que le vieran.

De todas formas, nadie le vio.

Lo había calculado todo de forma meticulosa. Desde el día en que los albañiles tendrían vacaciones, hasta la hora de la mañana en la que menos gente había en la calle. A él sólo le faltaba un dato que conocer y estaba a punto de descubrirlo.

Con suma parsimonia, se deslizó entre las estructuras de hierro del edificio en construcción y arrastró un enorme saco hasta el lugar en el que yacía esa persona que había tenido la mala suerte de cruzarse con él. Inconsciente. Se tomó su tiempo para cubrir el cuerpo con el saco. Las prisas sólo llevaban a malos resultados y él buscaba la clínica pulcritud de un experimento de laboratorio. La hormigonera estaba parada a un lado, la pala estaba apoyada contra ella. El hormigón ya estaba preparado.

Sin dudarlo ni un mero segundo, arrojó el cuerpo al agujero cuadrado que serviría de molde para la estructura de hormigón.

Una enorme sonrisa se formó en su rostro mientras se sentaba con las piernas cruzadas y esperaba frente al agujero.

A su espalda, el sol iluminó los contornos del esqueleto del edificio.

Él no se dedicó a contar el tiempo que pasó hasta que la persona que había metido en el saco empezó a moverse. Observó cómo, en un principio, sólo parecía palpar la tela del saco. Luego, como si de pronto hubiese empezado a ser consciente de su situación, comenzó a moverse con frenesí y desesperación. Con eso bastaba.

Se levantó con lentitud y tomó la pala entre sus dedos delgados. El mango era áspero.

Hundió la pala en la hormigonera, la sacó...y la volcó sobre el agujero, a un lado del cuerpo tendido dentro del saco.

Un grito desgarrador perforó sus oídos. Su sonrisa se ensanchó.

Siguió hundiendo la pala en la hormigonera y volcando hormigón a los lados del agujero. Oía a esa persona anónima llorar y gritar, la observaba revolviéndose contra su pequeña prisión de tela.

Era suficiente.

Hundió la pala en la hormigonera, la sacó...y la mantuvo suspendida sobre el agujero, justo encima del cuerpo tendido dentro del saco.

Giró la pala.

Otra vez, hundió la pala en la hormigonera y la volcó sobre el cuerpo de su víctima.

No fue un grito lo que oyó entonces, si no las risas de alguien llevado por la desesperación. Eran unas risas demenciales, que habrían llegado a enloquecer a cualquier otra persona. Él las escuchó con genuina curiosidad, deteniéndose a analizar la cadencia de cada carcajada histérica y estridente. Iba a seguir tirando hormigón sobre su cuerpo cuando el sonido de esa voz articulando palabras le hizo inclinarse sobre el agujero.

-¡Déjame ir!

Demasiado tarde.

-¡Te daré lo que sea, lo que quieras!

Ya le estaba dando lo que quería.

Conteniendo una risilla jovial, dejó caer otro palazo de hormigón sobre la persona anónima.

Se inclinó sobre el agujero, se llevó un dedo a los labios y sonrió.

"Shhhh"

Ya había trabajado demasiado con las manos y no le convenía retrasarse. Dejó la pala a un lado y se situó junto a la hormigonera. Sabía utilizarla.

Sí, claro que sabía.

Él encendió la hormigonera y dejó que el pesado material cubriese el cuerpo que había quedado laxo y silencioso dentro del saco. El hormigón caía, inexorablemente, sobre su víctima. Ésta no gritaba, no se movía.

Empezó a oírlo unos minutos después.

Sonidos de algo quebrándose, de cosas estallando. Chasquidos y pequeñas explosiones ahogadas, borboteos y sonidos de burbujeo. El hormigón ya había cubierto toda la base del molde y el cuerpo estaba enterrado bajo él. Faltaba poco para que el molde se llenase por completo.

Mientras lo hacía, él sacó una libreta y un bolígrafo del bolsillo de su pantalón. Con letra espigada y menuda, difícil de leer, anotó un título.

"Pánico."

Luego, siguió escribiendo.

Él era una persona normal.

3


Él poseía una extensa biblioteca de emociones. Había experimentado con todas y las había catalogado. Para el pánico fue para la que más se documentó.

Le costó trabajo aprender a manejar una hormigonera, a mezclar el cemento portland con la gravilla y el agua en la proporción necesaria. Tuvo que calcular muchos factores y tuvo que esperar que coincidiesen los días de vacaciones de los obreros con la preparación de algún molde para hormigón. También tuvo que salir la noche anterior a su experimento a preparar el hormigón y el saco.

Pero lo había conseguido y, por fin, podría rellenar el hueco del pánico en su biblioteca.

Lo siguiente en su lista era la obsesión.

Él salió la mañana siguiente, justo el día después de haber enterrado a esa persona en hormigón, y se dirigió a un edificio en construcción distinto a ese en el que había enterrado a su víctima.

Tenía una semilla obsesiva que plantar.

Mientras se dirigía a la obra, una sonrisa se formó en sus labios.

4


Visitó el edificio todos los días durante un año entero. Se aseguró de que el hombre con el que hablaba desarrollase ojeras por no dormir, de que se desaliñase, de que se obsesionase hasta el punto de no querer saber nada sobre nada que no fuese el tema de su obsesión. Y, cuando lo consiguió, se fue.

Pocos meses después, él encenció el televisor y puso las noticias.

Habían encontrado a alguien enterrado en hormigón.

En un principio, él pensó que sería su experimento. La idea le llenó de un orgullo absurdo, del anhelo irracional de que se reconociese su esfuerzo por conocer la mente humana.

Cuando el presentador anunció que ya había un detenido y que había sido en el edificio en construcción que él solía visitar, la decepción se alojó en su estómago.

Él no sabía, o no podía, entender las emociones ajenas. Tampoco era un experto en las propias y, en realidad, creyó firmemente que esa era la primera vez que llegó a sentir algo.

Entonces, las imágenes del televisor pasaron a ser las de la detención del culpable del delito. Ahí estaba su sujeto de experimentación, gritando. Vociferando.

"¡No fui yo! ¡Fue ese maldito crío! ¡Ese maldito crío que me metió la idea en la cabeza! ¡Él tiene la culpa!"

Sí, él tenía la culpa.

Él miró justo en esta dirección. Sí, esta. Esta y ninguna más.

Hola, amigos.

Él sonrió y se llevó un dedo a los labios mirando hacia aquí fijamente con sus ojos pardos, cansados y enigmáticos.

"Shhh".
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Appetite for destruction. Empty Re: Appetite for destruction.

Mensaje  Roger Neimuth Sáb Jul 18 2009, 14:30

:faint: Es brutal, no sabes la angustia que he sentido mientras lo leía xDDD Me ha encantado, una historia corta pero buena, sobretodo el final...
"Shhhh..."
... Te hace poner los pelos de punta >.<'' xDD
Me ha gustado mucho, de verdad, sigue escribiendo historias como ésta *-* Que al menos yo, seguro que las leo xD
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Appetite for destruction. Empty Re: Appetite for destruction.

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