Relato: Bucle.
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Relato: Bucle.
Lo escribí para un concurso que, obviamente, no gané. Enjoy xDD
Entrar en un mundo irreal, en la fantasía creada por la magia de la literatura, no siempre es sencillo. A veces, conseguir percibir todo lo que se intenta transmitir es mucho más difícil que haberlo escrito.
Entre tú y yo... ¿no hay veces en las que prefieres que sea así?
Hagamos un experimento, algo sencillo y muy simple. Cuando termines de leer esta línea, cierra los ojos y vuelve a abrirlos después de haber contado hasta tres.
Estás en una habitación. Blanca. No es la tuya, ni siquiera has visto nunca una habitación así. Hay sillas, hay una mesa y hay una lámpara. Todo es blanco. Puedes oír un zumbido de fondo, tu propia respiración y el sonido de tus pasos...nada más. Es un blanco limpio, como si todo estuviese recién pintado. Si giras, podrás ver cuatro paredes. Ninguna puerta, ninguna ventana...sólo cuatro paredes desnudas.
Puedes investigar, buscar cualquier cosa entre sus muros. No habrá nada más que las paredes, las sillas frente a la mesa, la lámpara sobre ésta...y tú. Mira tus propias manos. Son lo único que tiene color. Es fácil suponer, entonces, que tú eres lo único que tiene color dentro de la sala.
Es probable que hayas sentido cierta incomodidad ante el confinamiento, al fin y al cabo, no hay salida… Incluso me atrevería a decir que estás pensando en una forma de salir...pero, por ahora, sólo tienes que seguir mis instrucciones. Imagina mi voz, evócala en tu cabeza para que resuene contra las paredes del cráneo con su asexual impersonalidad. Tal vez algún toque metálico, robótico. Eso te lo dejo a ti.
Acércate a la mesa. Es rectangular, sencilla. Sólo una tabla y cuatro patas blancas. Tócala, pasa la mano sobre ella. Es suave, es lisa. Perfecta. Siéntate en una de las sillas. Es cómoda, cabe la posibilidad de que esté algo dura para ti, pero es cómoda.
La lámpara arroja una luz blanca apenas perceptible desde tu ángulo de visión. Intenta tocar la lámpara, lleva la mano hacia ella...
Estás a punto de rozarla cuando se apaga. De hecho, no es del todo seguro que se haya apagado...pero tú sabes que lo ha hecho. Algo en tu cerebro dice "Está apagada, acaba de apagarse" y no te queda otra que aceptar esas palabras como ciertas.
Levántate y mira a tu alrededor; observa las cuatro paredes, el suelo y el techo. Todo sigue igual que al principio, no hay nada nuevo. Parece que nada va a cambiar y si hubiese un reloj verías los segundos pasar inclementes y sin variación en una infinita repetición del mismo espacio una y otra y otra vez...
Vuelve a mirar, fíjate bien. En el techo, en la esquina más apartada a ti, hay un simple y pequeño punto negro, un agujero. Es lo único que rompe la perfecta armonía de la sala y parece que te mira, inquisidor, desde su pequeña esquina. El punto está diciendo “Eh, estoy aquí…y no puedes huir de mí porque vayas donde vayas, podré seguir viéndote.”
Acércate a esa esquina, ten cuidado de no chocar con las sillas o la mesa, y mira hacia arriba. Ahí sigue el agujero, burlándose de ti con su desafiante aparición. No le des importancia. Sólo es un agujero, nada más. Vuelve a la mesa, siéntate en la silla más cercana.
No puedes evitar mirar, de vez en cuando, la perturbadora aparición. El agujero sigue siendo igual que antes, pequeño e insignificante, pero jurarías que la mancha negra que surge de él no estaba antes. Es como un apéndice del punto, como el vestigio de la humedad en las paredes. Puedes incluso oler la humedad, palparla en el aire.
Mira el suelo. No mires a la esquina ni una sola vez, olvídala durante un momento y céntrate sólo en el blanco impoluto del suelo. Cree con todas tus fuerzas que cuando vuelvas a mirar el agujero no estará, que habrá desaparecido y se habrá llevado con él su mancha de humedad.
Desvía la mirada hacia el techo. El agujero y la mancha de humedad siguen ahí, tan reales como el aire viciado que respiras. La mancha de humedad ha llegado incluso a extenderse por toda la esquina, avanzando a través del mar blanco del techo. Si observas con atención, podrás ver cómo los bordes de la mancha empiezan adquirir el tono rojo sucio del óxido.
A tus espaldas, el continuo zumbido que impera en la habitación se ve interrumpido por el sonido del líquido al gotear. Gírate, mira el suelo. Una mancha del fluido que se expande con eficaz lentitud por el techo ensucia el pavimento.
Vuelve a mirar el techo. La mancha ya ocupa más de un cuarto de la superficie y a la primera gota le sigue otra…y a esa otra…y otra más…
Una gota cae sobre ti. Te desplazas a otro punto de la habitación y más gotas caen sobre tu cuerpo. En ningún momento dejando de mirar el techo, el firme avance del óxido sobrenatural que convierte el impecable blanco en el desagradable tono de la podredumbre, intentas refugiarte en la esquina más alejada del agujero. Te sientas contra la pared, oyendo el sonido de tu respiración perturbada y el incesante golpeteo de las gotas contra el suelo. El líquido corroe la lámpara, la desgasta hasta que no es más que una pobre imitación de lo que fuese la lámpara en un primer momento. Las sillas y la mesa corren la misma suerte, consumiéndose entre la inexorable conquista de la encarnada herrumbre. La madera cede y se desploma, las sillas dejan de poder sostenerse sobre sus cuatro patas y la mesa se parte por la mitad con un “crack” que llena la sala del sonido de la desesperación.
En tu esquina, el sentimiento de seguridad se evapora como la lluvia bajo el sol al volver a caer el líquido sobre ti. Esta vez no es sólo una gota, puedes sentir los tenues golpes de multitud de insignificantes chispas cayendo sobre tu cuerpo.
Intentas escapar de nuevo, refugiarte bajo una de las mitades de la mesa. Es un lugar seguro. Parece seguro.
Una gota cae justo sobre tu cabeza.
Gatea para salir de debajo de la mesa. Tus manos se llenan de esa especie de agua oxidada. Toda la habitación huele a una mezcla de hierro y humedad, las gotas no dejan de caer y la mancha se desliza sobre las paredes hacia abajo, sin pausa.
Sin darte cuenta, has llegado justo a la esquina en la que se encuentra el agujero. Coge los restos de las sillas y haz una pila. No te preguntes por qué. El aire empieza a hacerse irrespirable. El olor penetra en tu cuerpo.
Súbete en el montón de madera podrida, intenta otear lo que hay al otro lado del agujero. Esfuérzate por ver algo, pega el rostro al techo corrompido.
No hay nada. Al menos, nada que tú puedas ver.
Los restos de las sillas ceden bajo tu peso. Caes de espaldas al suelo. Las paredes están cubiertas casi por completo, apenas quedan unos cuantos puntos blancos. Podría decirse que ahora los restos del albo impoluto del principio son las manchas.
El agujero sigue mirándote desde su esquina. Casi puedes oírle reír con sorna, reírse de tu desesperación por salir de una habitación sin puertas.
Acércate a una de las paredes y pégale un puñetazo, intenta romperla. Pégale otra vez, no descanses. Sigue pegándole hasta que la fría cuchilla del dolor te corte los nudillos y los haga sangrar. Parece que la pared se ha quebrado, la esperanza recorre tu cuerpo haciendo que la gélida sensación del pánico ceda.
Mira con más atención.
De las grietas que has conseguido abrir escapan miles de insectos diminutos. No puedes distinguirlos demasiado bien, pero se extienden a una velocidad de vértigo. La esperanza se diluye con la misma rapidez con la que los insectos invaden tu espacio.
Vuelve a la esquina que te sirvió como primer refugio. El sonido de millones de patas diminutas te sigue hasta allí. Siéntate. El crujido del suelo al hacerlo, el rumor de la muerte de los parásitos que se despliegan por todas las paredes, te cala hasta los huesos.
El conjunto es enloquecedor. Ya no hay blanco. Todo parece oxidado, viejo. Muerto. Lo único que aparenta estar vivo es la masa vibrante de insectos. Y el agujero, que sigue descubierto mirándote. Sientes una punzada en la nuca, la desagradable sensación de que alguien te está observando, y oyes el tañido de una voz susurrante. El olor es nauseabundo, el ambiente es pesado, el zumbido de la habitación se mezcla con el rugir de las patas y tu propia respiración.
Cuando termines de leer esta línea, cierra los ojos y vuelve a abrirlos después de haber contado hasta tres.
La habitación vuelve a ser blanca. Los insectos han desaparecido. La mesa, las sillas y la lámpara están igual que al comenzar. La lámpara está encendida. La pared no tiene grietas.
Permítete respirar hondo. Aspira una gran bocanada de aire y déjala salir con un siseo entre los dientes.
En el techo no hay nada. El agujero se ha disipado. Como si nunca hubiese estado allí.
Levántate de la esquina y registra la habitación. Sigue sin haber puertas o ventanas, pero hay algo nuevo. Un reloj digital sobre la mesa, inofensivo. En la pantalla se muestra una cuenta atrás.
Tres, dos, uno.
Arriba, en la esquina más alejada a ti, un agujero diminuto acaba de aparecer.
BUCLE
Entrar en un mundo irreal, en la fantasía creada por la magia de la literatura, no siempre es sencillo. A veces, conseguir percibir todo lo que se intenta transmitir es mucho más difícil que haberlo escrito.
Entre tú y yo... ¿no hay veces en las que prefieres que sea así?
Hagamos un experimento, algo sencillo y muy simple. Cuando termines de leer esta línea, cierra los ojos y vuelve a abrirlos después de haber contado hasta tres.
Estás en una habitación. Blanca. No es la tuya, ni siquiera has visto nunca una habitación así. Hay sillas, hay una mesa y hay una lámpara. Todo es blanco. Puedes oír un zumbido de fondo, tu propia respiración y el sonido de tus pasos...nada más. Es un blanco limpio, como si todo estuviese recién pintado. Si giras, podrás ver cuatro paredes. Ninguna puerta, ninguna ventana...sólo cuatro paredes desnudas.
Puedes investigar, buscar cualquier cosa entre sus muros. No habrá nada más que las paredes, las sillas frente a la mesa, la lámpara sobre ésta...y tú. Mira tus propias manos. Son lo único que tiene color. Es fácil suponer, entonces, que tú eres lo único que tiene color dentro de la sala.
Es probable que hayas sentido cierta incomodidad ante el confinamiento, al fin y al cabo, no hay salida… Incluso me atrevería a decir que estás pensando en una forma de salir...pero, por ahora, sólo tienes que seguir mis instrucciones. Imagina mi voz, evócala en tu cabeza para que resuene contra las paredes del cráneo con su asexual impersonalidad. Tal vez algún toque metálico, robótico. Eso te lo dejo a ti.
Acércate a la mesa. Es rectangular, sencilla. Sólo una tabla y cuatro patas blancas. Tócala, pasa la mano sobre ella. Es suave, es lisa. Perfecta. Siéntate en una de las sillas. Es cómoda, cabe la posibilidad de que esté algo dura para ti, pero es cómoda.
La lámpara arroja una luz blanca apenas perceptible desde tu ángulo de visión. Intenta tocar la lámpara, lleva la mano hacia ella...
Estás a punto de rozarla cuando se apaga. De hecho, no es del todo seguro que se haya apagado...pero tú sabes que lo ha hecho. Algo en tu cerebro dice "Está apagada, acaba de apagarse" y no te queda otra que aceptar esas palabras como ciertas.
Levántate y mira a tu alrededor; observa las cuatro paredes, el suelo y el techo. Todo sigue igual que al principio, no hay nada nuevo. Parece que nada va a cambiar y si hubiese un reloj verías los segundos pasar inclementes y sin variación en una infinita repetición del mismo espacio una y otra y otra vez...
Vuelve a mirar, fíjate bien. En el techo, en la esquina más apartada a ti, hay un simple y pequeño punto negro, un agujero. Es lo único que rompe la perfecta armonía de la sala y parece que te mira, inquisidor, desde su pequeña esquina. El punto está diciendo “Eh, estoy aquí…y no puedes huir de mí porque vayas donde vayas, podré seguir viéndote.”
Acércate a esa esquina, ten cuidado de no chocar con las sillas o la mesa, y mira hacia arriba. Ahí sigue el agujero, burlándose de ti con su desafiante aparición. No le des importancia. Sólo es un agujero, nada más. Vuelve a la mesa, siéntate en la silla más cercana.
No puedes evitar mirar, de vez en cuando, la perturbadora aparición. El agujero sigue siendo igual que antes, pequeño e insignificante, pero jurarías que la mancha negra que surge de él no estaba antes. Es como un apéndice del punto, como el vestigio de la humedad en las paredes. Puedes incluso oler la humedad, palparla en el aire.
Mira el suelo. No mires a la esquina ni una sola vez, olvídala durante un momento y céntrate sólo en el blanco impoluto del suelo. Cree con todas tus fuerzas que cuando vuelvas a mirar el agujero no estará, que habrá desaparecido y se habrá llevado con él su mancha de humedad.
Desvía la mirada hacia el techo. El agujero y la mancha de humedad siguen ahí, tan reales como el aire viciado que respiras. La mancha de humedad ha llegado incluso a extenderse por toda la esquina, avanzando a través del mar blanco del techo. Si observas con atención, podrás ver cómo los bordes de la mancha empiezan adquirir el tono rojo sucio del óxido.
A tus espaldas, el continuo zumbido que impera en la habitación se ve interrumpido por el sonido del líquido al gotear. Gírate, mira el suelo. Una mancha del fluido que se expande con eficaz lentitud por el techo ensucia el pavimento.
Vuelve a mirar el techo. La mancha ya ocupa más de un cuarto de la superficie y a la primera gota le sigue otra…y a esa otra…y otra más…
Una gota cae sobre ti. Te desplazas a otro punto de la habitación y más gotas caen sobre tu cuerpo. En ningún momento dejando de mirar el techo, el firme avance del óxido sobrenatural que convierte el impecable blanco en el desagradable tono de la podredumbre, intentas refugiarte en la esquina más alejada del agujero. Te sientas contra la pared, oyendo el sonido de tu respiración perturbada y el incesante golpeteo de las gotas contra el suelo. El líquido corroe la lámpara, la desgasta hasta que no es más que una pobre imitación de lo que fuese la lámpara en un primer momento. Las sillas y la mesa corren la misma suerte, consumiéndose entre la inexorable conquista de la encarnada herrumbre. La madera cede y se desploma, las sillas dejan de poder sostenerse sobre sus cuatro patas y la mesa se parte por la mitad con un “crack” que llena la sala del sonido de la desesperación.
En tu esquina, el sentimiento de seguridad se evapora como la lluvia bajo el sol al volver a caer el líquido sobre ti. Esta vez no es sólo una gota, puedes sentir los tenues golpes de multitud de insignificantes chispas cayendo sobre tu cuerpo.
Intentas escapar de nuevo, refugiarte bajo una de las mitades de la mesa. Es un lugar seguro. Parece seguro.
Una gota cae justo sobre tu cabeza.
Gatea para salir de debajo de la mesa. Tus manos se llenan de esa especie de agua oxidada. Toda la habitación huele a una mezcla de hierro y humedad, las gotas no dejan de caer y la mancha se desliza sobre las paredes hacia abajo, sin pausa.
Sin darte cuenta, has llegado justo a la esquina en la que se encuentra el agujero. Coge los restos de las sillas y haz una pila. No te preguntes por qué. El aire empieza a hacerse irrespirable. El olor penetra en tu cuerpo.
Súbete en el montón de madera podrida, intenta otear lo que hay al otro lado del agujero. Esfuérzate por ver algo, pega el rostro al techo corrompido.
No hay nada. Al menos, nada que tú puedas ver.
Los restos de las sillas ceden bajo tu peso. Caes de espaldas al suelo. Las paredes están cubiertas casi por completo, apenas quedan unos cuantos puntos blancos. Podría decirse que ahora los restos del albo impoluto del principio son las manchas.
El agujero sigue mirándote desde su esquina. Casi puedes oírle reír con sorna, reírse de tu desesperación por salir de una habitación sin puertas.
Acércate a una de las paredes y pégale un puñetazo, intenta romperla. Pégale otra vez, no descanses. Sigue pegándole hasta que la fría cuchilla del dolor te corte los nudillos y los haga sangrar. Parece que la pared se ha quebrado, la esperanza recorre tu cuerpo haciendo que la gélida sensación del pánico ceda.
Mira con más atención.
De las grietas que has conseguido abrir escapan miles de insectos diminutos. No puedes distinguirlos demasiado bien, pero se extienden a una velocidad de vértigo. La esperanza se diluye con la misma rapidez con la que los insectos invaden tu espacio.
Vuelve a la esquina que te sirvió como primer refugio. El sonido de millones de patas diminutas te sigue hasta allí. Siéntate. El crujido del suelo al hacerlo, el rumor de la muerte de los parásitos que se despliegan por todas las paredes, te cala hasta los huesos.
El conjunto es enloquecedor. Ya no hay blanco. Todo parece oxidado, viejo. Muerto. Lo único que aparenta estar vivo es la masa vibrante de insectos. Y el agujero, que sigue descubierto mirándote. Sientes una punzada en la nuca, la desagradable sensación de que alguien te está observando, y oyes el tañido de una voz susurrante. El olor es nauseabundo, el ambiente es pesado, el zumbido de la habitación se mezcla con el rugir de las patas y tu propia respiración.
Cuando termines de leer esta línea, cierra los ojos y vuelve a abrirlos después de haber contado hasta tres.
La habitación vuelve a ser blanca. Los insectos han desaparecido. La mesa, las sillas y la lámpara están igual que al comenzar. La lámpara está encendida. La pared no tiene grietas.
Permítete respirar hondo. Aspira una gran bocanada de aire y déjala salir con un siseo entre los dientes.
En el techo no hay nada. El agujero se ha disipado. Como si nunca hubiese estado allí.
Levántate de la esquina y registra la habitación. Sigue sin haber puertas o ventanas, pero hay algo nuevo. Un reloj digital sobre la mesa, inofensivo. En la pantalla se muestra una cuenta atrás.
Tres, dos, uno.
Arriba, en la esquina más alejada a ti, un agujero diminuto acaba de aparecer.
Tyelperin Nar- 1er Grado
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Fecha de inscripción : 29/06/2009
Re: Relato: Bucle.
Tiene una carencia de sentido tan coherente, que me encanta
Felicitaciones por el relato, que si hubiera sido por mí, te ganabas el primer premio.
Felicitaciones por el relato, que si hubiera sido por mí, te ganabas el primer premio.
Franciszek S. Walczak- 1er Grado
- Cantidad de envíos : 323
Fecha de inscripción : 29/06/2009
Re: Relato: Bucle.
Estoy ociosa y me puse a leer.
No puedo describirlo mejor que el qeu comentó antes que yo.
Carencia de sentido coherente.
NO había leído nada parecido antes y me ha sorprendido verme agobiada al leer las lineas de lajodida habitación blanca. Agobiada y estresada.
Creo que tiene una buenísima calidad.
Ahi mi humilde opinión.^^
No puedo describirlo mejor que el qeu comentó antes que yo.
Carencia de sentido coherente.
NO había leído nada parecido antes y me ha sorprendido verme agobiada al leer las lineas de la
Creo que tiene una buenísima calidad.
Ahi mi humilde opinión.^^
Rachelle O. Middleton- 1er Grado
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Fecha de inscripción : 02/07/2009
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